¡Oh glorioso príncipe de la milicia celestial,
San Miguel Arcángel,
defiéndenos en el combate y en la terrible lucha
contra los principados y las potestades,
contra los dominadores de este mundo de tinieblas,
contra los espíritus malignos esparcidos por los aires.
Ven en auxilio de los hombres
que Dios ha creado inmortales,
hechos a su imagen y semejanza
y rescató con gran precio
de la tiranía del demonio.
Combate en este día,
con el ejército de los santos ángeles,
el combate del Señor como en otro tiempo
combatiste contra Lucifer, jefe de los orgullosos,
y contra los ángeles apóstatas
que fueron impotentes de resistirte y para quienes
nunca más hubo lugar en el cielo.
Sí, ese gran dragón, esa antigua serpiente
que se llama demonio y Satanás,
que seduce al mundo entero,
fue precipitado con sus ángeles al fondo del abismo.
Pero he aquí que ese antiguo enemigo,
este antiguo homicida
ha levantado ferozmente la cabeza.
Disfrazado como ángel de luz
y seguido de toda la turba de espíritus malignos,
recorre el mundo entero para apoderarse de él
y desterrar el nombre de Dios y de su Cristo,
para hundir, matar y entregar
a la perdición eterna a las almas destinadas
a la eterna corona de gloria.
Sobre los hombres de espíritu perverso
y de corazón corrupto, este dragón malvado
derrama también, como un torrente
de fango impuro el veneno de su malicia infernal,
es decir, el espíritu de mentira, de impiedad,
de blasfemia y el soplo envenenado de la impudicia,
de los vicios y de todas las abominaciones.