Posa tu mano en la
herida del pecho atravesado,
toca la muerte del
corazón,
las angustias
abismales,
los amores sin
destino,
los golpes del alma
que nunca cicatrizan.
Mete tus dedos en las
manos taladradas
por el ácido
corrosivo de los trabajos duros,
por los cepos
injustos,
por las siegas sin
salarios.
Acaricia con las
yemas de tus dedos
los pies perforados
de los emigrantes sin más tierra
que la plegaria en
sus heridas en cada paso errante.
No tengas miedo de palpar
la huella de lanzas y clavos;
tus dedos sentirán en
el fondo de cada herida
un latido del
Resucitado.