“Un samaritano que iba de camino
llegó junto
al hombre herido,
y al verle tuvo compasión y, acercándose,
vendó sus heridas,
ungiéndolas con aceite y vino,
y montándolo sobre su propia cabalgadura,
lo
llevó a una posada y cuidó de él”.
Jesús, en su vida terrena,
vivió
haciendo el bien y curando
a los oprimidos por el mal.
También hoy, como buen
samaritano,
camina entre nosotros y se acerca
a cada hombre y mujer que sufre
en
su cuerpo y alma,
con el deseo de curar sus dolencias.
Cristo Jesús,
Salvador deseado
y esperado de la historia,
de mi historia…
ven a caminar por
ella:
pasado, presente y futuro.
Tú, que caminaste por caminos,
senderos
y calles de pueblos y ciudades,
camina hoy por mí
y bendíceme con tu
amor.
Tú, que curaste a los leprosos,
cura la lepra espiritual que hay en
mí,
y que se produjo como consecuencia
de aquellos pecados que, por ser
soberbio,
débil o ignorante,
me sumieron en la enfermedad.
Clávalos en tu cruz
y
unge mis heridas con tu bendita sangre.
Tú, que abriste los oídos de los
sordos,
cura y libérame del espíritu de sordera
que no me deja percibir tu amor,
escuchar tu voz, discernir tu voluntad
y dar oídos al clamor
de los hermanos que
sufren.
Tú, que devolviste la vista a los ciegos,
libérame del espíritu
de ceguera
que no me permite verte constantemente en mí
y vivir en alabanza por
tu inefable belleza.
Tú, que sanaste a los epilépticos y a los mudos,
libérame de los espíritus de epilepsia y mudez,
que me impiden expresarme
y
transmitir tu Palabra con sabiduría,
prudencia, claridad, afecto y
firmeza.
Tú, que hiciste caminar a los paralíticos,
libérame del espíritu
de parálisis en mis piernas
que me dejan postrado largo tiempo,
haciéndome
perder la virtud de la alegría,
sin saber hacia dónde dirigirme
para hacer tu
voluntad.
Tú, que resucitaste a los muertos,
resucita las áreas de mi
historia,
de mi vida que están marchitas,
agonizantes o muertas.
Tú, que
liberaste a los poseídos
por el espíritu del mal,
libérame de toda fuerza o
cercanía
de espíritus malignos,
y cólmame de su Santo y Dulce Espíritu,
para que
por tu gloria brillen los dones
y carismas que me diste.
Envíame a tus
santos arcángeles y Ángeles
para que me guíen a lo largo del camino.
Amén.