Haced, ¡oh, Señor!,
que la intercesión de vuestro
confesor y doctor San Antonio
llene de alegría a vuestra Iglesia,
para que siempre sea protegida por
los auxilios espìrituales
y merezca alcanzar los eternos
goces.
Por Cristo nuestro Señor.
Amén.
Cinco minutos en compañía de San
Antonio
Mucho tiempo hace que yo te
esperaba, porque conozco las necesidades en que te encuentras y cuyo socorro
deseas obtener del Señor por mi intercesión. Estoy pronto a dispensártelo;
manifiéstame sinceramente lo que necesitas, franquéame tu corazón afligido; yo
derramaré sobre él una gota del bálsamo celestial, que cure todas tus llagas y
haga desaparecer tus dolores.
¡Pobre amigo mío! ¡cuántas son tus
adversidades, tribulaciones e indigencias, así del cuerpo como del alma! ¿No es
verdad que deseas mi auxilio para llevar a feliz término aquel asunto…? ¿para
salir airoso de aquel pleito…? ¿para encontrar aquella cosa perdida…? ¿para
recobrar aquellos intereses…? ¿precaver aquel mal que te amenaza…? ¿para
conseguir aquel bien que deseas…? ¿para restituir la paz en la familia…? ¿o en
aquella otra en donde sabes que ha echado raíces la cizaña de la discordia…?
¿para impetrar el dolor de los pecados para ti y para aquellas otras personas…?
¿para alcanzar las virtudes cristianas…? ¿para librarte a ti y a aquellos tus
amigos del peligro del pecado…? ¿para aliviar a tales o cuales almas allegadas
de las penas del purgatorio…?
Manifiéstame, manifiéstame, hijo
mío, con entera confianza tus deseos. Prontísimo estoy a escuchar tus súplicas,
con tal que no sean contra tu bien espiritual. Mas en cambio de mi generosa
protección, te voy a pedir una insignificante muestra de agradecimiento. Si me
quieres hallar siempre propicio, sé más asiduo en la recepción de los Santos
Sacramentos, más devoto de la Pasión del Señor y de nuestra amantísima Madre
María, más amante de los pobres y de las almas del purgatorio; pues has de
saber que nada niego cuando se me pide mediante alguna ofrenda material para
los primeros o espiritual para las segundas.
Has de tener, en suma, una voluntad
pronta y decidida, no sólo para ser buen cristiano, sino aún para seguir la
divina vocación si te llama a estado más perfecto.