¡Oh glorioso patriarca Santo
Domingo!,
gloria de España, amparo de la fe
y fundador de la sagrada orden de
los Predicadores.
Tu nacimiento fue lleno de prodigios divinos,
tu niñez amable,
tu vida admirable,
tu doctrina más del cielo que de la tierra,
con la cual, y
con los ejemplos de tus heroicas virtudes
e innumerables milagros que el Señor
obró por ti,
convertiste a la fe católica a innumerables herejes, reformaste las
costumbres extraviadas de los fieles, instituiste una orden de varones
apostólicos
que sustentase la Iglesia que amenazaba ruina,
y llevase por la
redondez de la tierra
la doctrina del Evangelio,
resistiese a los enemigos de la
fe
y fuese sol y luz del mundo.
Yo te ruego y suplico,
¡oh padre
santísimo!,
que me alcancéis la gracia de aquel Señor
que te adornó de tantas y
tan grandes gracias y virtudes, para que yo te imite en la pureza de mi alma y
cuerpo,
y en aquella ardentísima caridad
con que tan amablemente llorabas los
pecados ajenos
y te castigabas por ellos,
y quisiste ser vencido por rescatar el
hijo de la viuda,
y deseaste y procuraste ser mártir por el Señor;
y aquella
profundísima humildad y menosprecio del mundo, en la penitencia, en la
mortificación de mis pasiones,
en la oración y devoción
a la Santísima Virgen
nuestra Señora,
que tu en tan sublime grado tuviste,
para que siguiendo tus
pisadas con tu favor,
sea partícipe de tus altos merecimientos
y de la corona
que tu posees en el cielo.
Amén.