Gran Espíritu, cuya voz barrunto en los vientos, cuyo aliento da vida al mundo entero, ¡escúchame!
Me presento ante tu rostro
como uno de Tus muchos hijos
mira, soy pequeño y débil;
necesito Tu fuerza y Tu Sabiduría...
Hazme sabio para poder reconocer las cosas
que Tú has enseñado a mi pueblo,
las enseñanzas que Tú en cada hoja
y en cada roca has escondido.
Deseo Tu fuerza, no para elevarme sobre mis hermanos, sino para poder luchar contra mi mayor enemigo: yo mismo.
W. Lindenberg