“¡Oh Virgen, digna
de la veneración del mundo,
Madre digna de ser amada del género humano,
mujer
digna de la admiración de los ángeles!
¡Oh María Santísima,
cuya bienaventurada
virginidad consagra toda castidad,
cuyo parto glorioso salva toda fecundidad!
¡Oh gran Señora, a la que da gracias
la alegre asamblea de los justos
y junto a
la cual se refugia
la muchedumbre aterrorizada de los culpables!
hacia ti yo
pecador, muy pecador por desgracia,
corro buscando refugio”.
“Es tal temor y el
espanto que siento,
¡Oh Señora muy clemente!,
que imploro más ardientemente que
nunca
tu intervención, ya que tú has alimentado
en tu seno a aquel que
reconcilió el mundo.
¿De dónde esperar con más seguridad
un socorro rápido en
mis necesidades,
más que de ahí de donde ha venido
el sacrificio propiciatorio
que salvó al mundo?
¿Qué intercesión podrá obtener más fácilmente
el perdón de
los culpables, como la vuestra?”.
“Oh Virgen, de quién
ha nacido el Dios hombre
para salvar al hombre pecador!,
he aquí un hombre,
hele
aquí en presencia de tu buen Hijo,
en presencia de tu buena madre;
este pecador
se arrepiente, gime e implora.
Os conjuro, pues, buen Maestro y buena Señora,
tierno Hijo y tierna Madre,
os conjuro por esta verdad misma,
por esta esperanza
muy especial de los pecadores;
así como tú eres verdaderamente su hijo
y tú
verdaderamente su Madre,
a fin de salvar al pecador,
haced que el pecador, que
soy yo,
sea absuelto y curado, curado y salvado”.