Señora y Madre nuestra:
tu estabas serena y fuerte
junto a la cruz de Jesús.
Ofrecías tu Hijo al Padre
para la redención del mundo.
Lo perdías, en cierto sentido,
porque El tenía que estar en las cosas del Padre,
pero lo ganabas porque se convertía
en Redentor del mundo,
en el Amigo que da la vida por sus amigos.
María, ¡qué hermoso es escuchar
desde la cruz las palabras de Jesús:
“Ahí tienes a tu hijo”,
“ahí tienes a tu Madre”.
¡Qué bueno si te recibimos
en nuestra casa como Juan!
Queremos llevarte siempre a nuestra casa.
Nuestra casa es el lugar donde vivimos.
Pero nuestra casa es sobre todo el corazón,
donde mora la Trinidad Santísima.
Amén.