Señor Jesús, ten piedad de nosotros,
pobres habitantes del siglo XXI
sufridos ascetas sobre el volante en pleno atasco,
los domingos por la tarde.
Señor Jesús, Buen Señor, Dulce Señor,
enséñanos tu mansedumbre en el Metro,
estrujados y entre empujones cada día,
a la hora punta.
Da tu paz a las madres a las ocho de la mañana
y a las ocho de la tarde
cuando han de vestir y desvestir a sus hijos,
preparar desayuno, comida y cena,
y no llegar tarde al trabajo
tras dejar a los niños en la escuela.
Tu paz, Señor,
a tantos que no duermen por las noches,
porque gimen de dolor en los hospitales,
o porque vigilan edificios o garajes;
a tantos que trabajan sin descanso
y a tantos que languidecen de hastío, sin trabajo:
a todos ellos, Señor,
el don de tu Espíritu Santo,
que nos haga desearte.
De todos nosotros, ten piedad, Señor Jesús.
Que ni el cansancio ni la soledad
de la ciudad nos agrien, sino que, por el contrario,
nos hagan más buenos, más amables,
por la invocación silenciosa, incesante, de tu Nombre.
Señor, Maestro humilde,
habitante oculto en cada rincón
y en cada ruido de nuestras calles:
que en todo y en todos encontremos
la ocasión de reconocerte para amarte,
dándonos como Tú, sencillamente,
como el Pan que se parte.
Amén.